¿Adaptación o resignación?

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Piu Avanti (Almafuerte)

¿Fingimos que todo está bien, o realmente naturalizamos las cosas negativas de manera muy rápida? O acaso ¿somos una extraña especie que acelera sus procesos de adaptación sin mostrar mayor resistencia?

Foto: Composición de Sofía Jaimes a partir de una foto de Gabriela Mesones Rojo
Son preguntas que inevitablemente me hago al tratar de entender, o por lo menos describirme, el contexto inmediato en el que me encuentro. Una realidad cada día más distópica, y no solo por el tema de la pandemia, que ya de por si crea un clima apocalíptico mundial, además de eso, se trata de la descomposición de una sociedad en cámara rápida, y de sus integrantes como observadores que van amoldándose a eso sin intransigencia.

De pronto, como le sucediera a Gregorio Samsa, un día eramos personas normales y corrientes, y al despertar no éramos más que un bicho raro ¿exagero? Trataré de explicar mejor…

Esta es la historia de un personaje hipotético. Nuestro personaje es un profesional, con cierta estabilidad, ávido de aprender y proponer cosas, bastante entusiasta, que hace lo que le apasiona y lo disfruta al máximo, y además, obtiene a cambio una remuneración suficiente para hacer otras cosas que también le apasionan como viajar, alimentarse sanamente, vestir alguna que otra pieza que le alegra. En fin, vive una relativa seguridad, que le permite hacer proyecciones, planificar, edificar. Incluso, logra hacer frente a las vicisitudes de la vida, de las que nadie está exento. Un día cualquiera despierta en un nuevo escenario, sigue siendo la misma persona, aparentemente: profesional, con mucho que ofrecer, apasionado por lo que hace; pero que ya no tiene manera de solventar absolutamente nada, su remuneración es casi simbólica, sumado a eso, ha desaparecido todo, incluso las cosas más esenciales para su subsistencia, o al menos en la medida de sus costumbres, apenas le queda en la mano un documento válido que le recuerda quién era. Absorto, busca su adaptación, nuevas vías, distintos caminos, para recuperar lo que ha desaparecido, mientras hace malabares para subsistir, poca energía le queda para la comprensión. 

Nuestro personaje hipotético reflexiona sobre su nueva condición, se pregunta si hay algo malo en él, aunque no ha perdido capacidades, ni ha dejado de ser bueno en su área, ni ha cometido ninguna falta que lo obligue a ser desplazado. Piensa entonces que, si no hay nada de malo en él, ha de ser el contexto, y explora las posibilidades de probar en nuevos escenarios una partida diferente, tal vez, pero, ha decidido muy tarde su jugada. El documento de identidad que le permite la salida de las fronteras que lo separan de otras posibilidades está vencido, y se ha convertido en una quimera acceder al mismo. Está atrapado, y saberlo aumenta su angustia.

Cada día se planifica menos, porque hay que resolver el instante, debe abastecerse de lo posible, debe comprar velas, cuidarse, hacer la cola, recoger el agua y por nada del mundo debe olvidar su terminal de la cédula… y todo sucede tan de prisa, que no hay tiempo para reaccionar, mucho menos para descubrir otras alternativas.

Detrás de nuestro vencido personaje viene una estampida que, a diferencia de nuestro él si ha reaccionado, ha visto cosas que el “profesional apasionado” no ha logrado ver, ni imaginar… esa estampida le pasa por encima a nuestro hipotético, con todo y pasión y experiencia… Esta avasallante algarabía deja aun mas aturdido al sobreviviente, y se reduce su accionar, desde esa nueva posición, ni siquiera logar ver al horizonte, se encuentra en el suelo, recogiendo los restos, buscando las piezas que ha perdido en la embestida, haciéndose  de las partes que lo componían, pero de nada sirve porque antes de unir piezas debe resolver su día.

Mientras, otros ya han ido tomando nuevos lugares, han conseguido la clave, y reiniciaron el sistema. De nuevo, todo parece estar en el lugar que antes, menos nuestro personaje, él sigue distante, perdido, vacio… otros cambiaron los códigos y las relaciones. En este nuevo escenario ya de nada sirve lo que nuestro personaje cultivó por muchos años: experiencia, títulos, méritos... Convertido en bicho le toca reconstruir, sin mucha energía, debe revisar los nuevos códigos, debe hacerse de un nuevo rol. Y es entonces cuando nuestro personaje hipotético, está detenido en la puerta de un bodegón, que antes fuera una maravillosa librería, y muy a su pesar, comienza a reiniciar.

Mi sistema cognitivo y emocional sigue “reiniciando”. Percibo que estoy en ese proceso de “actualización de software”, y tal vez me ayude a acelerar el proceso este ejercicio de ponerle palabras a esa sensación. Más allá del tema político, y de las subjetividades y peculiaridades, todo entramos a formar parte de esta nueva matriz, y no estamos a salvo de los cambios culturales, morales y psicológicos que se han ido gestando.

En este punto, creo que no hay vuelta atrás, tanto al personaje hipotético, como cada uno de nosotros, no tenemos otra alternativa que re-aprender, adaptar nuestro sistema de valores a los nuevos retos. Ya será el tiempo y la experiencia de vida los que vayan corrigiendo lo desviado, tal vez ahora no lo veamos en colectivo, pero cuando vayamos saliendo de esas burbujas que cada uno a su manera se hizo, la realidad nos irá mostrando las consecuencias de las decisiones tomadas como sociedad.

Admiro la fortaleza de quienes, en medio del caos, han levantado sus banderas de “emprendedores”, en todo caso, es mejor que “sobrevivientes”.  Es de valientes reinventarse. A mí en lo personal me sigue preocupando que esos “emprendimientos” vayan conquistando cada día a más profesionales… y sigan dejando espacios vitales despoblados, me refiero a universidades, escuelas, hospitales, empresas de servicios, entre otros.

Dejar la vida profesional, y seguir el slogan tan vendido “salir de la zona de confort” creo que tendrá su costo a mediano plazo. Espero equivocarme, y también logremos reinventarnos la educación de nuestros hijos, la atención a nuestra salud, incluso las esperanzas de asistir a un buen concierto.

Mientras escribo este artículo reconozco el estado de frustración que me embarga… La verdad es que sigo viendo con nostalgia mi “zona de confort”. Todavía considero que un profesor universitario no estaba inerte, flotando en el “confort”, creo que trabajaba como hormiga desde una posición segura, donde podía cubrir sus necesidades básicas, para dirigir sus energías a la formación de nuevos profesionales, y garantizar el desarrollo científico, intelectual y económico de una nación.

Y desde mi punto de vista, no importa que tan conectados estemos con los designios del universo, un país donde la educación está fuera de cualquier prioridad lamentablemente está destinado a su deterioro. De nada me sirve la nutela para enfrentar una pandemia, de nada sirve el último iphone si no tenemos servicio eléctrico, de nada sirve almacenar riquezas en cualquier moneda, si no tenemos la garantía de conseguir un tratamiento médico a tiempo para cualquier mínimo percance.

No hay garantía de nada en una sociedad corrompida y en franco deterioro moral. Aun así toca exorcizar la frustración y la nostalgia, y levantarse, ver el horizonte y buscar el mejor camino en todo este laberinto. Es duro, en especial, cuando uno se aferra a la vida profesional. De vez en cuando, peco de debilidad y miro hacia atrás, y procuro no olvidar lo vivido, porque sigo creyendo que eso no fue un error, haberme hecho profesional no fue un traspié; dedicarme a trabajar en un medio audiovisual con una visión social novedosa, enfocada en la cultura, y las tradiciones no fue una mala decisión; hacer vida académica no fue perder el tiempo. Y sé que muchos no lo olvidamos, a pesar de las circunstancias adversas, algún día, despertaremos de la pesadilla, y repararemos las prioridades y volverá el equilibrio. Debe pasar, estoy segura de que así será.


Comentarios

Entradas populares