Un reencuentro con la poesía, a partir de Carmenes de Juan Liscano

 Eterna presencia efímera
de algo que nos repite y nos liberta
cada vez que nos desnuda y nos enciende
entonces sonamos: húmedos terrigéneos aéreos”
Juan Liscano

    La poesía, esa divina expresión de las palabras, “conocimiento, salvación, poder, abandono (…) inspiración, respiración, ejercicio muscular (…) confesión”. Nada sobra en esa suerte de letanías que regala Octavio Paz a la poesía, en su obra El arco y la lira, y que nos adentra a ese terreno del “elegido” y del “vidente”.

    La poesía como “revelación” nos conduce a esa facultad por crear otro mundo, descubrir y reorientar la realidad. Nos enfrentamos al hecho poético como lugar de misterio, y a su vez como su revelación. Es en la poesía donde se halla revelado el misterio y en ese mismo lugar donde se desnuda y se comprende: “la poesía constituye un hecho irreductible, que solo puede comprenderse totalmente por sí mismo y en sí mismo” (Paz)

    El poeta lleva dentro de sí sus propias vivencias, las relaciones con su presente, con su pasado y con todo un universo de imaginación; además aloja un gran arsenal subyacente de su vida psíquica, el gran “inconsciente colectivo” como lo denominó Jung. Y con esa carga, por medio de la palabra, el poeta es quien nos enfrenta con lo “extraño”, con esa “otredad” que paradójicamente es entrañablemente humana. El poeta es una suerte de lazarillo que nos guía hacia la revelación de nosotros mismos, de nuestra esencia, de “nuestra condición original”.

    Ese poder de “videncia” del poeta lo vemos bellamente reflejado en la obra del venezolano Juan Liscano que, a lo largo de su trabajo, parece sufrir, sentir y expresar esa necesidad de revelación inherente a la esencia humana. Su mundo poético se construye sobre la base de un gran sentido de vitalidad. Esa expresión de existencia incesante rodea toda su obra, y está nutrida de un sentido místico relacionado a su visión adánica y profundamente humana.    


***

    La poesía de Liscano tiene una constante que me atrae irremediablemente, y es la representación del combate entre opuestos: luz y sombra, vida y muerte, día y noche, cielo y tierra, agua y fuego... Como lo afirmara José Francisco Sucre su poesía toma forma en base a esa búsqueda de lo absoluto, entendido como la unidad de la vida, la vitalidad sin término, la cual es, en Liscano, la base que sostiene y sobre la que se construye su mundo poético.

    En particular, un poemario que me ha acompañado por mucho tiempo, y que atesoro entre mis lecturas predilectas, es Carmenes (1969) escrito entre los años 1961 y 1962 en Francia y publicado en Argentina por primera vez, luego reeditado en Venezuela por Fundarte en 1993. Carmenes es un célebre poemario en el que destaca la concepción vitalista del amor y también, de alguna manera, se enmarca dentro de esa visión adánica, panteísta y hasta cósmica de Liscano.

“Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe

o será más bien que no lo oyen

que lo cubre el susurro con que se aman

que lo dispersa el soplo que se dan

(…)

Se huelen se gustan se desean

La libertad que encuentran los deslumbra

ascienden en una isla espacial entre los astros

Pareja sin historia

                                               Pareja constelada"

(Pareja sin historia)

    En el grupo de poemas que conforma a Carmenes vemos enfrentados tanto a la exaltación del cuerpo, como el deseo mismo; nos remite al sexo desde su condición universal y mítica. Confluyen el amor y la experiencia amorosa, reflejados en imágenes que muestran hombre y mujer fusionados, destacando esa unión como continuidad de vida, acto de trascendencia, acercamiento a la divinidad, escape

"Tú cantas. Yo canto.

Las lenguas de nuestro canto nadan en el viento

como dos peces de fosforo.

Tú cantas desde el fondo de ti

Yo canto desde el fondo de mi.

A nuestros rostros asoman desconocidos rostros”

(Metamorfosis)

    En conjunto es un poemario que se erige como una alegoría a la unión vital, al encuentro y copula de contrarios, a la batalla cuerpo a cuerpo de opuestos: cielo y tierra, pasión y calma, pasivo y activo. Es una mina de recursos poéticos, de gran manejo del lenguaje, con una desbordante descarga del poeta

"Y la penumbra lunada de esa alcoba

donde tú y yo juntamos tantas veces

el fuego con el mar

la noche con la aurora

las piedras con las nubes navegantes

la raíz más profunda con la flor que ya se vuela” 

(Testimonio)

    En relación al entorno cultural en el que se inscribe este poemario, Carmenes viene a formar parte de esa gama de obras y de tendencias, que demuestran la incompatibilidad de los supuestos vínculos generacionales entre los componentes de la literatura latinoamericana, así como las fuentes y los objetivos tan diversos y muchas veces hasta opuestos.

    Carmenes se deslinda incluso del aspecto que en cierta forma caracteriza la poesía de la década de los sesenta, la cual, es esa expresión de la realidad histórica, de la protesta civil que caracterizó buena parte de la creación literaria de la época. Liscano, en este compendio de poemas, parece escapar, escabullirse y presenta una poesía esencial capaz de trascender cualquier grupo generacional o tendencia, es una poesía que subyace y contiene un misterio, y a su vez lo revela. Al igual que el amor mismo, este poemario contradice el tiempo y lo transfigura, crea una suerte de eternidad vital a través de esa visión del mundo erótico. Es una ventana a una de las casas del mundo poético de Liscano, por la cual, se visualiza al hombre y mujer desnudos trascendiendo, eternizándose, creando y dando formas.

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    Un poemario con nombre de mujer, en plural además, es decir, muchas mujeres contenidas en una, en la gran mujer. Figura lo femenino, lo ancestral, es la mujer madre-tierra-contenedora, es una y a la vez todas. Y aunque está dedicado a Carmen, segunda esposa de Liscano, el hecho de escribir su nombre en plural hasta cierto punto nos convoca a todas

"Alta, delgada, grácil

palmera de sol hembra;

fina, agitada, flexible

cabellera de aire tibio;

y a veces colmada de soledades,

sonora de palabras nunca oídas,

de silencios estrellados,

de ecos que la persiguen, de voces que se perdieron” 

(Elogío)

    Carmenes encarna la intensidad de la existencia reflejada en la energía del orgasmo, de la cópula y la trascendencia de lo carnal a lo espiritual, es el reflejo del amor intemporal, universal y dador de vida. Nos lleva al reino de lo absoluto: la eternidad. Los poemas permiten en sus pinceladas lograr la veracidad de tono, mediante el cual, nos identificamos con los personajes que allí reposan colmados de deseo.

Liscano, Juan. 1993. Carmenes. 2da edición. Caracas: Editorial Fundarte.
Paz, Octavio. 1998. El arco y la lira. 2da edición. México: Fondo de Cultura Económica. 
Sucre, José. 1990. "Aspiraciones a lo absoluto y universo vital en la poesía de Juan Liscano". Juan Liscano ante la crítica. Caracas: Monte Ávila Editores. Pp. 15-48. 

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