Cuando todo está en silencio

 "Todos somos exiliados de un país imaginario

José Antonio Ramos Sucre

  

Plaza Las Tres Gracias / Crónica Uno

    Escribo desde esta suerte de exilio que no lo es, de este sentirte extraña en tu propia tierra. Sentir que visitas un lugar inhóspito por vez primera. Aún cuando contemplo el esplendor de la montaña que bordea la ciudad, me siento extraviada. Tal vez las palabras no cobijen del todo este sentimiento de no reconocerme en este lugar que siempre fue tan mío. De pronto el telón bajó, todo cambió de golpe y ahí estamos fingiendo que seguimos en el mismo escenario, queriendo aferrarnos a lo “conocido”, que ya no es tal cosa. Me sorprendo en la calle buscando rostros y miradas familiares, pero sólo encuentro vacío y desconcierto. 

    Quienes decidimos quedarnos no tuvimos un viaje, no cruzamos fronteras, no hubo un cierre o una despedida, no hay una nueva dirección que aprender, ni un nuevo idioma con el que lidiar, pero, lo que si hay es nostalgia, incertidumbre, y ese sustito constante de no sentirte a salvo, de no pertenecer.

    De pronto, murió la rebeldía, no reconozco la pasividad y la resignación, sé que éramos mucho más que eso, sé que somos hijos y nietos de gente aguerrida, arriesgada, y hasta algo descarrilados. Pero de eso quedan cenizas. Al recorrer mi casa de estudios, la Universidad Central de Venezuela, lugar donde soñé mi futuro, donde hice planes y crecí, es inevitable que me pregunte una y otra vez ¿qué fue lo que paso? El Pastor de Nubes sigue allí mirando hacia lo alto, acompañando en silencio este adiós que nunca fue.

    Sin irnos seguimos rotos, con los afectos regados por el mundo. Queriendo volver sin saber a dónde, porque ya no hay lugar. No existe más que la mirada de un tal vez.  Pequeños trozos de lo que fue se desdibujan en la memoria.

    Estando acá me pensaba a salvo de esa sensación de vacío, pero llegó, sin viajes ni mudanzas. Y ahora toca reconstruir la esperanza para las hijas, toca reinventarse una nación, toca armar el rompecabezas para ellas, y entender de una vez por todas que ese concepto abstracto que llamamos patria no es algo que está fuera de nosotros mismos. Toca entender que la búsqueda real no está en lo externo, sino, que estamos obligados a mirar hacia dentro, a regresar al clan. Nos toca superar este exilio recogiendo lo que fue, aceptando lo que es y empezando algo distinto. Todo ese proceso pasa por un sufrimiento que no se puede tapar, por mucho dolor e impotencia que no es sano ocultar con frases motivacionales. Transitar este desconcierto tiene su costo, como lo tiene de seguro el exilio voluntario o no.

    Y es así sin vuelo, sin pasaporte, sin fronteras cruzamos nuevos caminos, hemos sido arrancados de raíz del hogar y nos toca ensayar nuevas formas. Con nuestra nostalgia a cuestas, caminando entre restos de recuerdos, transformando la añoranza en fuerza e impulso para renacer. Sigue siendo el mismo aire, el mismo cielo, la montaña sigue allí para recordarnos que no ha sido un sueño, que es posible, y hasta cierto punto nos mantiene en casa, aunque sin rostro.

    No se han ido, ni nos hemos quedado, seguimos transitando juntos este peregrinar, seguimos llevando a cuestas la esperanza desecha y el miedo al olvido.

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