Dejar de lado el oropel

… Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.

Haruki Mukarami

Kafka en la orilla

Aislamiento, temor, incertidumbre, vacío, ansiedad, esperanza, quédateencasa, pausa, apocalipsis, estadísticas, contagio… Son palabras recurrentes luego de que nos sorprendiera un evento mundial que nos arrojó de cabeza en casa, o donde sea nos haya pillado esto del covid. Millones de personas, los afortunados diría yo, hemos tenido que dejar la cotidianidad y resguardarnos en casa.


Mucho se ha platicado acerca del significado que tiene el repliegue de la humanidad. Hay quienes hablan de un tiempo necesario para la reflexión, una oportunidad de mejorar, y de sanar el ambiente, de un cambio inevitable de paradigmas. Otros advierten con preocupación las implicaciones económicas a nivel mundial y, sus posibles consecuencias. Sin embargo, desde mi punto de vista, como van las cosas, no logro avizorar, para nada, un aprendizaje positivo y colectivo; tampoco veo ni síntomas de algún cambio real en los sistemas. Y tal vez se debe a que la cosa ya no se trata de “nosotros” como un todo, sino, de algo individual, una especie de “sálvese quien pueda”, quizá.

Lo cierto es que hay una “necesidad” de aprender algo de toda esta experiencia, no sabemos bien qué, ni cómo. En lo que a mí respecta, han pasado muchas cosas, y no tengo idea de si me llevan a algún “estado de iluminación” como lo venden algunos. He pasado de la ansiedad extrema, a los intentos de organizarme tipo la japonesa Marie Kondo. Una loca energía inicial me permitió terminar la tesis de maestría, o eso espero. He continuado trabajando en un freelance que me mantiene ocupada; como si limpiar, fregar, cocinar, fregar, ordenar, fregar, lavar, tender, doblar, fregar, no fuera suficiente. También pasé por la etapa fit, aunque,  ya casi no sintonizo los vídeos aeróbicos, sino que, me distraigo con uno que otro tutorial, algunos resultan toda una adición, en especial los que enseñan a cocinar. He jugado a la escuelita, como parte del  nivel avanzado que nos tocó a los que somos padres de niños en edad escolar.

Entre una etapa y otra, me dedique a escribir notas, frases, ideas, cartas (con destinatarios, pero sin destino), y ahora retomo este pequeño proyecto con parte de todas esas cosas sueltas.  Pero no todo ha sucedido de manera lineal: etapa 1, etapa 2, etapa 3, etc. Más bien, ha sido un ir y venir por emociones. A ratos plena, otros momentos, ansiosa; en ocasiones me sobreviene un llanto que no se atreve a quedarse oprimido y, se desparrama; o me sorprenden unas ganas enormes por reconstruirme con todo el optimismo, capaz conquistar cualquier escenario distópico.

Resulta agotador ese desvarío, no obstante, he ido haciendo el entrenamiento diario de nombrar a las emociones, y de respetar los ciclos; de aceptar la imperfección y abrazar a la nostalgia. Y esos simples cambios se han traducido en cierta armonía, que a su vez, me han permitido sentirme un poco más distante de la línea fronteriza que me separa de la locura absoluta.

Entonces… ¿alcancé una suerte de aprendizaje? No lo sé, sólo he ido dejando de lado el oropel, esa necesidad por abarcarlo todo, hacerlo todo a la perfección, ese querer traer la “normalidad” a un lugar que no corresponde. A entender, de una vez por todas que la vida es adentro de cada uno y no afuera. Y válgame, manejarse en estas instancias es complicado, porque implica  aceptación, involucra reconocernos y contemplarnos verdaderamente, con todos los matices. Y no sé ustedes, pero muchas veces es el LIKE que más nos cuesta, ese que nos damos a nosotros mismos.

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